domingo, 31 de agosto de 2025

  Turismo

Imagen: Artbreeder

El modelo español, opuesto al del país vecino, registra más ingresos y pernoctaciones de turistas extranjeros 

 

Por Alvaro Merino 


España va camino de ser el país que recibe más turistas del mundo, alcanzando los cien millones de visitantes anuales. Durante años ese puesto lo ha tenido Francia, seguido de cerca por nosotros. Pero eso está a punto de cambiar.

«Las cosas más bonitas del mundo suelen ser invisibles para quien viaja con prisa». Esta frase, una interpretación libre de un extracto de la novela francesa El Principito, abre el vídeo de la última campaña turística internacional española. Pero la cita no es inocente. Detrás del marketing hay estrategia: las espadas para dominar el turismo global están en todo lo alto y España está dinamitando la hegemonía francesa

El pulso no es solo de cifras, también de modelo. El turismo en Francia se concentra en la capital, París, que supone un tercio de las pernoctaciones. El turista medio pasa dos o tres noches en la ciudad, visita Disneyland y los monumentos principales y se vuelve. El resto de visitantes se reparten por el territorio, especialmente en la Costa Azul, con una apuesta importante por los campings, la gastronomía y el turismo cultural. 
 
 España, por el contrario, concentra a sus visitantes en la costa del Levante y los archipiélagos, que suponen dos tercios de las pernoctaciones. Por el contrario, el interior del país, incluyendo Madrid, apenas supone el 12%. La apuesta es por el sol y playa: estancias más largas en grandes hoteles todo incluido, ocio nocturno y cruceros. 
 
 De ahí que, aunque aún Francia reciba más visitantes, genere menos ingresos que España. Los mercados turísticos son los mismos para ambos países: Europa occidental, con Reino Unido y Alemania a la cabeza, así como China y Estados Unidos. Pero el extranjero que visita nuestro país gasta un 50% que el que va a Francia. También en pernoctaciones lidera España. 
 
Sin embargo, en Francia el turismo no está generando el mismo rechazo que aquí. Barcelona, Palma o San Sebastián han sido escenario de protestas ciudadanas en contra de la masificación turística y su impacto en el centro de las ciudades, convertidas en parques temáticos con precios de la vivienda disparados. 
 
Francia, en ese sentido, tiene varias ventajas: su turismo está mejor distribuido por el territorio y se ha estructurado de manera más sostenida y controlada. Además, llevan siendo un destino internacional desde hace más de un siglo. España, por el contrario, inició su boom turístico en los sesenta, mucho más tarde. El Gobierno francés envidia las cifras de ingresos y pernoctaciones de España, pero no tiene que lidiar con la gran dependencia del turismo de nuestro país, donde supone un 12,3% del PIB frente a su 7,5%. 
España pronto superará a Francia como país más visitado del mundo, y se espera que alcance 115 millones de turistas anuales en 2040. ¿Pero es eso lo que queremos?, ¿podemos sacrificar nuestras ciudades por la riqueza que generan los turistas? ¿Cómo gestionamos esta paradoja? Me encantará leer tu opinión, puedes contármela respondiendo a este correo.

El sol y playa ibérico atrajo en 2024 a 94 millones de turistas extranjeros, un récord histórico que sin embargo fue superado nuevamente por Francia. El país vecino pulverizó sus propios registros con 103 millones de llegadas, según ONU Turismo. Pero el liderazgo francés es engañoso: detrás de los datos de llegadas se esconde un sorpasso español que ha puesto contra las cuerdas a su vecino tras la pandemia.

Francia registra más llegadas de turistas internacionales, sí, pero sus estancias son más cortas y gastan menos dinero. El viajero promedio que recibe el país galo es un belga que pasa dos o tres noches en París, visita Disneyland y se marcha. España, en cambio, es más eficaz a la hora de retener y exprimir al turista extranjero, representado por un británico que reserva una semana completa en Barcelona, Benidorm o Tenerife y se gasta un 50% más en sus vacaciones.

El dopaje francés

El hito de los cien millones de turistas internacionales fue celebrado con orgullo al otro lado de los Pirineos. El presidente francés, Emmanuel Macron, ya había avanzado que 2024 sería un «año memorable» en el que el turismo «irrigaría todos los territorios, desde Niza hasta Burdeos». París acogió los Juegos Olímpicos, la catedral de Notre Dame reabrió tras el incendio de 2019 y el país abrió de par en par sus puertas a los visitantes extranjeros.

Pero el liderazgo francés tiene truco y mira disimuladamente a su vecino del sur con envidia. La ministra delegada de Turismo, Nathalie Delattre, lo reconoció en una entrevista a principios de este año: «Si bien Francia sigue siendo líder mundial, nos enfrentamos a una competencia muy fuerte de España, que, con menos visitantes, logra generar más ingresos». «Lo importante es el gasto generado», sentenció.

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La paradoja es evidente. Supongamos que una familia alemana de cuatro personas viaja a París un par de noches. Francia contabilizará cuatro llegadas. Si esa misma familia vuela hasta la Costa Brava catalana y se queda dos semanas, España también sumará cuatro llegadas. Y eso sin tener en cuenta que Francia es en muchas ocasiones un país de tránsito entre Europa occidental y el sur del continente, lo que podría traducirse en ocho llegadas si la familia alemana decide viajar por carretera y hacer noche tanto a la ida como a la vuelta en, digamos, Lyon.

Sin embargo, el gasto turístico internacional en España es un 39% superior al francés en términos absolutos, mientras que en porcentaje del PIB la industria turística supone el 12,3% de la economía española y el 7,5% de la de Francia. La razón está en la brecha en el número de pernoctaciones que registran ambos países, una métrica más útil a la hora de medir la intensidad del turismo: el año pasado los visitantes extranjeros reservaron 322 millones de noches en España, más del doble que en Francia, que se ve superada por Italia y es seguida muy de cerca por Grecia, según Eurostat.

Por si fuera poco, dos estudios paralelos de las consultoras Deloitte y Braintrust sitúan a España como el país más visitado del mundo para 2040, cuando podría alcanzar los 115 millones de turistas internacionales.

Sol y playa vs. vino y torre Eiffel: dos modelos enfrentados

La batalla turística entre España y Francia es también la de dos modelos opuestos: el del turismo centralizado contra el periférico. La región parisina de la Isla de Francia concentra hasta un tercio de las pernoctaciones de turistas extranjeros del país galo, según datos del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos francés. Fuera de la capital, la distribución de los visitantes que se salen del circuito clásico torre Eiffel-Notre Dame-Louvre es muy dispersa, con una ligera acumulación únicamente en la Costa Azul.

En España, por su parte, los extranjeros se agolpan en la periferia costera, concretamente en el Mediterráneo y las islas. Allí, las provincias de Baleares, Las Palmas, Barcelona y Santa Cruz de Tenerife registran hasta el 62% de las pernoctaciones, mientras que el interior del país —incluyendo Madrid— apenas suma el 12%, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística.

Pero aunque parezca contradictorio, ambos modelos son la envidia del otro. El gran objetivo de Francia ahora es persuadir a sus turistas para que se queden y gasten más en su territorio. Es justo lo que consigue España, que combina una oferta hotelera más moderna y sofisticada —cuenta con 351 hoteles de cinco estrellas, frente a los 221 de Francia— con polos turísticos urbanos muy dinámicos, como Barcelona, Málaga o Madrid.

Junto con el sol, el país ibérico aprovecha su ocio nocturno para jóvenes, su extensa red ferroviaria de alta velocidad y los cruceros para atraer cada año a una cantidad creciente de turistas internacionales, a precios además más asequibles que en Francia. Todo ello se traduce en estancias más largas sobre todo en hoteles, el tipo de alojamiento elegido por hasta el 79% de los viajeros, mientras que en Francia los campings y los albergues tienen más peso y reducen la cuota de los hoteles al 48%.

Es el modelo del sol y playa y el todo incluido funcionando a pleno rendimiento. El régimen franquista encontró en el turismo su Plan Marshall particular en los años sesenta, y se lanzó a la caza del turista extranjero para romper su aislamiento internacional, lavar su imagen y recuperar la economía con la inyección de divisas extranjeras. Bajo el lema Spain is different, España se abrió por primera vez al exterior al tiempo que invertía en infraestructura y hoteles y devaluaba la peseta. Así fue como surgieron la Costa Brava, Torremolinos, Mallorca o Benidorm, los puntales de una estrategia aún vigente que sigue llenando las costas españolas de británicos, alemanes y franceses.

Por el contrario, la gran fortaleza de Francia es el turismo rural y el agroturismo, el talón de Aquiles de la industria española. El desarrollismo masivo de esta última coincidió con el Plan Racine lanzado por París en 1963 para urbanizar su litoral mediterráneo, concretamente la región de Languedoc-Rosellón. Pero el país galo lo hizo de una forma mucho más ordenada, y ya en los años setenta comenzó a proteger y limitar la construcción en su costa.

En lugar del sol y playa, Francia apostó entonces por el turismo de interior y un modelo policéntrico. Si bien el atractivo de París continuó siendo su activo principal, el país se lanzó a construir grandes complejos de esquí, invertir en museos y patrimonio —el Centro Pompidou abrió en 1977—, rehabilitar otras ciudades como Lyon, Estrasburgo o Marsella y potenciar el turismo rural. Su estrategia no consiguió huir de la masificación —el 20% del territorio concentra el 80% de la actividad turística—, pero ha conseguido distribuir mejor las visitas fuera de París y visibilizar su oferta cultural, gastronómica y de naturaleza.

Ejemplo de ello son las regiones vinícolas de Burdeos y Borgoña, los Alpes o Bretaña. La estrategia de promoción del turismo francés se ha beneficiado de un enfoque más centralizado y coordinado, frente a una iniciativa autonómica más fragmentada en España, y ha priorizado la preservación de pequeños monumentos repartidos por todo el país sin atender a su ubicación, acceso o posible demanda —el conocido como petit patrimoine—. También el desarrollo de rutas temáticas surgidas de sinergias y alianzas entre actores locales y municipios, como la de los castillos del Loira o la ruta de la sidra en Normandía.

Lo que sí comparte el modelo turístico francés con el español es la estacionalidad. El verano concentra cerca de la mitad de las visitas internacionales en ambos países, ya sea por el atractivo de las playas mediterráneas durante los meses de más calor o por la moderación de las temperaturas y las precipitaciones en las zonas de montaña o París. Asimismo, ambos países compiten por los mismos mercados turísticos: los de Europa occidental, con Reino Unido y Alemania a la cabeza —en el caso de Francia, también Bélgica y Suiza por motivos lingüísticos—, y China y Estados Unidos, precisamente los que más gastan en sus desplazamientos.

Hasta ahora, ambos países han logrado aumentar sus cifras de forma simultánea. Entre 1975 y 2019, el turismo internacional se ha multiplicado por siete de la mano de la globalización y la consolidación de la clase media en diversas regiones del mundo, y la proyección es que aumente otro 50% hasta 2040. La conclusión es que el botín a repartir es cada vez más grande y que las industrias de España y Francia pueden convivir, aunque apenas acaba de comenzar otra carrera: la del turismo sostenible.

El país más visitado del mundo no protesta por el turismo

«El turismo nos roba pan, techo y futuro», «Vuestra riqueza es nuestra miseria» o «More vecinas, less turistas». En junio del año pasado una ola de protestas organizadas a nivel europeo recorrió las calles de varias ciudades españolas como Barcelona, Palma de Mallorca, Granada o San Sebastián. La masificación turística está convirtiendo los centros históricos en parques temáticos donde hogares y comercios de barrio dan paso a instagrameables cafeterías de especialidad y Airbnbs.

Pero mientras en España la saturación turística amenaza con hacer inhabitables los epicentros de la industria y tornar la hospitalidad de sus residentes en hostilidad, apenas hay movilizaciones significativas en Francia, el único país que ha superado el umbral de los cien millones de visitantes anuales. Dos son las razones: una experiencia turística más dilatada y una crisis de vivienda más moderada.

El país galo ya era un destino turístico internacional de primer orden desde al menos el siglo XIX, cuando a la popularidad de París, la Costa Azul y sus balnearios se sumó la celebración de numerosas ferias internacionales. La más famosa de ellas es la Exposición Universal de París de 1889, que sirvió de marco de presentación de la torre Eiffel.

En España, por su parte, el turismo de masas no comenzó a despegar hasta la década de 1960 y especialmente tras los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, cuando las llegadas comenzaron a extenderse a los núcleos urbanos. A ello hay que sumar que París es la conurbación más grande de Europa, con unos doce millones de habitantes y 12.000 kilómetros cuadrados de extensión —frente a los 3,2 millones de habitantes y poco más de 600 kilómetros cuadrados de Barcelona—, por lo que el impacto turístico queda más diluido. No es de extrañar por tanto que la tolerancia al turismo sea por tanto menor en la Ciudad Condal que en la capital francesa.

España va camino de ser el país que recibe más turistas del mundo, alcanzando los cien millones de visitantes anuales. Durante años ese puesto lo ha tenido Francia, seguido de cerca por nosotros. Pero eso está a punto de cambiar.

El pulso no es solo de cifras, también de modelo. El turismo en Francia se concentra en la capital, París, que supone un tercio de las pernoctaciones. El turista medio pasa dos o tres noches en la ciudad, visita Disneyland y los monumentos principales y se vuelve. El resto de visitantes se reparten por el territorio, especialmente en la Costa Azul, con una apuesta importante por los campings, la gastronomía y el turismo cultural. 
 
 España, por el contrario, concentra a sus visitantes en la costa del Levante y los archipiélagos, que suponen dos tercios de las pernoctaciones. Por el contrario, el interior del país, incluyendo Madrid, apenas supone el 12%. La apuesta es por el sol y playa: estancias más largas en grandes hoteles todo incluido, ocio nocturno y cruceros. 
 
 De ahí que, aunque aún Francia reciba más visitantes, genere menos ingresos que España. Los mercados turísticos son los mismos para ambos países: Europa occidental, con Reino Unido y Alemania a la cabeza, así como China y Estados Unidos. Pero el extranjero que visita nuestro país gasta un 50% que el que va a Francia. También en pernoctaciones lidera España.

Por otro lado, la crisis de vivienda en Francia no está siendo tan aguda como en otras latitudes de Europa. Los precios han aumentado un 31% entre 2015 y 2023, lejos de la media comunitaria del 48%, y los salarios han crecido prácticamente al mismo ritmo que la vivienda. Eso no significa que en Francia el acceso a un hogar no se haya endurecido en los últimos años, sobre todo si es un alquiler en París. De hecho, Francia es el segundo mercado de Airbnb, solo por detrás de Estados Unidos y por delante de España, y su régimen fiscal favorece los apartamentos turísticos frente al alquiler convencional. A pesar de ello, su amplio parque de vivienda social —el 17% del total, frente al 3,3% en España— y la resistencia del poder adquisitivo de sus ciudadanos han reducido el impacto de la crisis habitacional.

Pero más allá de las diferencias en su relación histórica con el turismo y el descontento social, ambas potencias están volcadas en promover el llamado turismo lento, sostenible con el medioambiente y la vida local, alejado de las rutas y meses más saturados y basado en experiencias. La última campaña turística de Francia, por ejemplo, tiene como lema ‘Sueña en grande, vive despacio’ y se centra en paisajes y lugares poco conocidos, como el macizo del Jura en la frontera con Suiza. El objetivo de fondo es convertir al país en el principal destino de cicloturismo para 2030.

A este lado de los Pirineos, mientras tanto, se ha elegido el lema Think You Know Spain? Think Again (‘¿Crees que conoces España? Piénsalo mejor’) como punta de lanza para la nueva campaña internacional, que exhibe hasta sesenta localizaciones principalmente del norte del país, como los Picos de Europa. Mientras la población reclama un «decrecimiento turístico», España tiene entre ceja y ceja la meta de los cien millones de turistas para terminar de apuntalar el sorpasso del sol y playa.

 Fuente: EOM

Sol y playa contra la torre Eiffel. España le está ganando la batalla turística a Francia

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lunes, 11 de agosto de 2025

 Música y Gastronomía


Ribeira Sacra, Galicia — Agosto 2025

¿Te imaginas vivir un concierto en un viñedo colgado sobre el río Miño, mientras atardece entre montañas y copas de vino? Así son las Noites Méndez-Rojo, un nuevo ciclo de conciertos que ha irrumpido con fuerza este verano en Galicia, y que ya se perfila como una de las experiencias más especiales del norte de España.

Organizadas por la familia bodeguera Méndez-Rojo, las Noites han reunido este 2025 a artistas de primer nivel en un formato íntimo —solo 200 entradas por noche— que une lo mejor de Galicia: vino, gastronomía, música y paisaje.

El primer concierto del ciclo, en mayo, fue protagonizado por Javier Ojeda, la voz de Danza Invisible, en una noche de clásicos del pop español con vistas al río Miño.

Y el pasado 1 de agosto, la magia se repitió en la bodega Vía Romana, en plena Ribeira Sacra, con una velada inolvidable liderada por Marilia Monzón, que ofreció un concierto descalza, entre el público, y completamente entregada a la emoción del lugar.

Las entradas volaron. Se colgó el cartel de “entradas agotadas” 48 horas antes, y más de 200 personas se quedaron sin entrada por el aforo limitado.

Marilia hizo vibrar a los asistentes con su nueva canción "Acuérdate de mí", en una noche donde la música se mezclaba con el aroma a vino y la brisa del Miño. El público coreó sus canciones como un gran coro espontáneo en uno de los momentos más mágicos de la noche.


 Comida local, vino de autor y helados artesanos

El ciclo no solo destaca por su cartel musical, sino por su propuesta sensorial completa.

Gastronomía de kilómetro cero con el restaurante A Faragulla, postres artesanos de La Central Heladera, un corner exclusivo de ViniGalicia con vinos frizzantes y etiquetas modernas, y la presencia de Frutos Secos Medina, que dieron un toque especial a la noche con un surtido muy celebrado.

Por supuesto, los vinos protagonistas fueron los de casa: Méndez-Rojo sirvió referencias como su godello Mil Ríos Sobre Lías, rosado Vía Romana do Camiño o el popular Mar del Norte Albariño, entre los más vendidos de la noche.


 Un formato que busca emocionar… y lo consigue

“Noites Méndez-Rojo ha llegado para quedarse”, afirma Juan Luis Méndez Rojo, portavoz de la organización. “Estamos emocionados por la acogida. Creemos que ya se ha hecho un hueco en el corazón de la gente. Lo hacemos todo en familia, sin delegar en terceros, porque nadie mejor que nosotros para expresar cómo somos, lo que hacemos y lo que sentimos aquí”.

Y aunque no hay fechas oficiales aún para 2026, desde la bodega ya anticipan que hay sorpresas en camino.

“Ya estamos trabajando en las nuevas Noites para el verano que viene. No podemos desvelar artistas todavía, pero sabemos que emocionarán. Eso sí: las entradas volverán a volar, así que quien quiera vivir esto, que no lo deje para última hora. El aforo seguirá siendo exclusivo”.

UBICACION  ¿Dónde es todo esto?

La Ribeira Sacra es una joya aún poco explorada en el interior de Galicia, entre Lugo y Ourense, famosa por sus viñedos en terrazas imposibles, su naturaleza salvaje y sus miradores sobre el Miño, Sil y Cabe.

Es Patrimonio Mundial de la Humanidad en proceso, y uno de los secretos mejor guardados para quien busca un verano distinto, auténtico y sin masificaciones.

 

 ¿Y si el verano que viene tus vacaciones empiezan aquí?

 

 

Galicia emociona con música, vino y estrellas en las Noites Méndez-Rojo: un nuevo ciclo de conciertos íntimos entre viñedos

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 Playas

Playa de Riazor (La Coruña), en la que ondea una bandera azul, un distintivo de calidad. Pablo Pita, CC BY-SA
Pablo Pita, Universidade da Coruña

Las playas son lugares hermosos que invitan al descanso y la diversión. En ellas se realizan todo tipo de actividades de ocio, que van desde relajarse tomando el sol hasta practicar deportes acuáticos como el esnórquel o el surf. Por ello, y a pesar del aumento de la oferta de actividades alternativas en España en los últimos años –como el turismo cultural y gastronómico, las rutas de senderismo o las visitas a entornos rurales–, las playas, junto con el buen clima, siguen siendo el principal atractivo turístico para los visitantes, tanto nacionales como extranjeros.

Además de ser espacios de recreo, las playas son ecosistemas costeros de gran valor ecológico que albergan una notable biodiversidad. Esta riqueza biológica se debe al elevado dinamismo de estas áreas, sometidas al constante impacto del oleaje, al desplazamiento de los sedimentos y a la alternancia entre la exposición al aire y al sol, y la inmersión en agua salada.

Por su condición de ecotonos, es decir, fronteras entre el mar y la tierra, las playas son el hogar de numerosas especies de animales y plantas altamente especializadas y resistentes, la mayor parte de las cuales no se encuentran en ningún otro lugar.

A ello se suma el hecho de que las playas y la naturaleza que albergan brindan diversas e importantes contribuciones a las personas, como la protección frente al oleaje y la erosión costera, así como la producción de alimentos.

Banderas azules, banderas negras

Muchos de los animales que habitan las playas, al pasar buena parte de su vida enterrados en la arena o tener hábitos nocturnos, suelen pasar desapercibidos para los visitantes. Por esta razón, la biodiversidad no suele ser uno de los valores que los bañistas tienen en cuenta al elegir qué playa visitar.

En cambio, lo habitual es que seleccionen el arenal en función de criterios de funcionalidad como la cercanía, la accesibilidad, los servicios disponibles o la seguridad, y no por motivos medioambientales, con la posible excepción de la calidad del agua de baño.

Por ello, las banderas azules, un galardón otorgado por un consorcio de entidades privadas previa solicitud de las Administraciones públicas locales, resultan convenientes para muchos, ya que se centran en la evaluación de los servicios básicos y de la calidad del agua de baño, especialmente en lo que respecta a la contaminación fecal.

Desgraciadamente, la contaminación por aguas fecales, ya sea a causa de vertidos procedentes de depuradoras deficientes o de vertidos incontrolados, es un problema habitual en muchas zonas costeras de España, incluida Galicia. Esta situación afecta incluso a playas que ondean banderas azules, tal y como expone la ONG ambientalista Ecologistas en Acción en su informe Banderas negras 2025.

Sobrepesca y contaminación industrial

A pesar de su impacto evidente sobre las personas y los ecosistemas, la contaminación fecal no es el problema más grave que afecta a las playas del norte de España. Los ecosistemas litorales sufren una amplia variedad de amenazas que, en conjunto, comprometen seriamente su viabilidad ecológica y socioeconómica.

Entre estas amenazas destacan la sobrepesca y el furtivismo (también de bañistas), la destrucción de hábitats y la alteración de las corrientes costeras provocada por infraestructuras como puertos, embalses y diques, así como por actividades de extracción de arenas y dragados. A ello se suma un turismo creciente que presiona tanto los ecosistemas como los servicios básicos y es fuente de conflictos en muchas áreas costeras.

Una mención especial merece la contaminación industrial, que con frecuencia alcanza el mar a través de los ríos, una situación especialmente preocupante en Galicia. Un caso emblemático es el de la papelera de la multinacional española ENCE, que ha ocupado durante décadas el dominio público marítimo-terrestre en la ría de Pontevedra, vertiendo residuos industriales y contribuyendo tanto a la degradación de los ecosistemas costeros como al deterioro de la calidad de vida en la zona.

Además, esta empresa ha favorecido la expansión del monocultivo de eucalipto, una especie que empobrece la biodiversidad y altera el equilibrio hidrológico.

A esta situación se suma una nueva amenaza: la posible instalación de una nueva planta de celulosa de la multinacional portuguesa ALTRI, que ha recibido recientemente una declaración de impacto ambiental favorable por parte de la Xunta de Galicia para ubicarse a orillas del río Ulla. 

 

Mariscadora recogiendo moluscos en la ría de Arousa
Mariscadora en la ría de Arousa, la más productiva de Galicia. Pablo Pita, CC BY-SA

 

Este río desemboca en la ría de Arousa, la más productiva en términos de marisqueo. La planta vertería en ella millones de litros de aguas residuales al día, lo que podría agravar la crisis de productividad que el marisqueo en la ría ya viene sufriendo desde hace décadas como consecuencia de múltiples impactos humanos.

Esta crisis se ha visto intensificada por desembalses catastróficos de agua dulce y por los efectos del calentamiento del agua asociado al cambio climático.

Los invisibles habitantes de las playas

Si bien una playa con bandera azul podría parecer una opción adecuada en entornos urbanos, esta distinción resulta claramente insuficiente para la inmensa mayoría de las playas. En realidad, normas como la ISO 14001 o el sistema europeo EMAS ofrecen estándares de calidad ambiental más completos y exigentes, y ya están siendo adoptados por algunas Administraciones locales comprometidas con la sostenibilidad.

Sin embargo, más allá de sellos y certificaciones, es fundamental reaprender a mirar las playas como lo que realmente son: lugares hermosos porque los compartimos con una multitud de seres vivos que, aunque a menudo pasen desapercibidos, están ahí, entregados a sus actividades cotidianas a nuestro alrededor.

 

Sepia bajo el agua sobre el fondo arena
Sepia común (Sepia officinalis) en el submareal arenoso de una playa. Pablo Pita, CC BY-SA

Las pulgas de mar que se refugian bajo los arribazones de algas, los gusanos que dejan sus pequeños fideos de arena enroscada sobre la superficie, los diminutos gobios que nadan en la misma orilla, una sepia que adhiere sus huevos en las hojas de una hierba marina o el vuelo de una gaviota recortándose sobre el azul del cielo son solo algunas de esas pequeñas maravillas.

 

Pez con la boca roja y cuerpo de tonos violetas en el fondo sobre las rocas
Gobio de boca roja (Gobius cruentatus), frecuente a poca profundidad en las costas gallegas. Pablo Pita, CC BY-SA

Tomar conciencia de la presencia de esa vida por momentos invisible es un primer paso esencial para transformar nuestra relación con las playas y contribuir a su protección como legado para las generaciones futuras. Al fin y al cabo, nuestros antepasados probablemente dieron sus primeros pasos vacilantes en una playa olvidada hace millones de años. Se lo debemos.The Conversation

Pablo Pita, Investigador en socioecología marina, Universidade da Coruña

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

No solo sufren las playas del Mediterráneo: estos son los impactos que amenazan los arenales de Galicia

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